Después de más vueltas que una lavadora en modo centrifugado… ¡el plan de igualdad está registrado!
Tras idas, venidas, correcciones, silencios incómodos y alguna que otra reunión que merecía subtítulos, ¡ya está registrado el nuevo plan de igualdad! Y si algo ha quedado claro en este proceso, es que la Comisión Negociadora no es un solo un trámite, es el corazón del plan.
¿Qué hace que una comisión negociadora funcione?
En la comisión negociadora se sientan dos partes con trayectorias, lenguajes y prioridades distintas. No siempre coinciden, ni se eligen mutuamente: empresa y parte social, sindicatos y dirección. A veces cuesta entenderse, no siempre hay sintonía.
Una comisión negociadora bien conformada no es solo un grupo de personas con diferentes cargos: es un espacio donde se cruzan miradas, se ajustan palabras y se construyen acuerdos que no se borran con la primera objeción. Y sí, a menudo hay que lidiar con diferentes conflictos.
Algunos de los más frecuentes:
El conflicto del dato: cuando se discute si una brecha es “real”. El dato no es neutro. Y la interpretación tampoco.
El conflicto del “esto no toca”: cuando se propone incluir medidas que incomodan, visibilizan desigualdades o cuestionan privilegios.
El conflicto del lenguaje: cuando una parte quiere nombrar discriminación y la otra prefiere hablar de “mejoras”. Las palabras construyen realidad.
El conflicto del ritmo: cuando una parte quiere avanzar y la otra pide más tiempo, más informes, más validaciones. A veces el “freno técnico” es un freno político.
El conflicto del liderazgo: cuando es una mujer quien lidera técnicamente el proceso, con rigor y propuestas fundamentadas, pero las decisiones finales no siempre reflejan ese asesoramiento. El liderazgo ejercido por una mujer sigue generando resistencias difíciles de justificar desde lo técnico.
Para que los conflictos no bloqueen, sino impulsen el proceso, no basta con reglamentos. Se requieren competencias (muchas) del currículum oculto, capaces de transformar el ruido en diálogo, la tensión en estrategia, y marcan la diferencia.
Escucha activa y afectiva: no solo oír, sino entender lo que hay detrás de cada propuesta, cada silencio y cada “esto no me cuadra”.
Confianza en la relación: saber que se puede discrepar sin dinamitar el proceso. Que el objetivo común está por encima del ego o del miedo.
Capacidad de síntesis y traducción con perspectiva de género: convertir vivencias, datos y necesidades en cláusulas que tengan sentido, impacto y trazabilidad.
Rigor técnico con mirada de género: revisar indicadores, detectar sesgos, corregir lo que excluye y ampliar lo que transforma.
Orientación al propósito: no perderse en el trámite, sino avanzar hacia un plan que respire igualdad, no solo la enuncie.
Conformar una comisión negociadora no es un trámite: es una misión delicada, estratégica y profundamente humana. Exige compromiso, motivación y una mirada de género liberada de prejuicios, capaz de sostener el proceso sin perder de vista a las personas. Por eso, elegir quiénes la integran no puede ser una formalidad: debe ser una decisión cuidada y consciente.
Una comisión negociadora funcionará cuando haya un compromiso real, escucha estratégica y capacidad para convertir el conflicto en acuerdos con impacto. Una comisión negociadora no se mide solo por lo que firma, sino por lo que impulsará.
Y ahora si: ¡el plan deja de ser papel y empieza a tener pulso!

