Clara Campoamor y Jane Goodall dos mujeres, dos vidas extraordinarias, dos formas de transformar el mundo desde la convicción y la entrega.
El 1 de octubre, mientras preparaba un texto para celebrar la conquista del voto femenino en España, llegó la noticia de la muerte de Jane Goodall. Una mujer que transformó la ciencia desde la empatía, la vocación y la entrega radical a un sueño.
Como admiradora de Goodall y de Campoamor, siento que sus legados no están solo en los libros, los documentales o los archivos, sino en cada gesto que nos invita a mirar con respeto, a cuidar sin dominar, a investigar sin romper, y también a defender sin titubeos. La forma en que Jane vivió la naturaleza nos ha mostrado que el conocimiento puede construirse desde el vínculo, y que la ciencia también puede ser ternura. La forma en que Clara defendió el derecho enseñó que la igualdad exige convicción, estrategia y una voz que no se pliegue.
Las dos mujeres han sido incómodas para sus contextos. Campoamor incomodó al poder político al exigir coherencia entre democracia y derechos. Goodall incomodó a la ciencia al demostrar que el conocimiento también puede construirse desde la empatía. Ambas fueron cuestionadas por no encajar: una por ser mujer en política, otra por no ser académica en ciencia.
Clara Campoamor tenía 43 años cuando se plantó en el Congreso para defender el voto de las mujeres. Sabía que muchos de sus compañeros no la apoyarían, que incluso dentro de su partido la consideraban una amenaza. Pero fue firme. Su discurso fue jurídico, sin concesiones. Apeló a principios: igualdad, coherencia democrática, dignidad. Ese 1 de octubre de 1931, logró que se aprobara el sufragio femenino.
Jane Goodall a los 26 años llegó a la selva de Gombe sin título universitario, sin formación científica formal, pero con una vocación que no cabía en los moldes académicos. Observaba a los chimpancés con paciencia, les ponía nombres, registraba sus gestos como quien escucha una historia. La comunidad científica la cuestionó por “falta de rigor”, por “humanizar” a los animales.
Clara no cedió cuando le pidieron que esperara “el momento adecuado” para el voto femenino. Jane no cedió cuando le pidieron que dejara de “proyectar emociones” en sus estudios. Clara murió en Suiza, lejos de su país, sin reconocimiento institucional. Jane murió en California, rodeada de admiración global. Pero ambas vivieron para un sueño que no era personal: era colectivo y transformador.
Y mientras escribo, pienso en las mujeres y niñas de Afganistán. En las que no pueden votar, ni estudiar, ni investigar. A las que se les niega incluso el derecho a imaginar. Pienso en ellas no como contraste, sino como urgencia.
Mi propio sueño se alimenta de ellas. Está vinculado a África y a la igualdad, a la observación y conservación de la naturaleza, y a la ruptura de los patrones que perpetúan la desigualdad. Porque cuidar no es contrario a transformar: es revolucionario. Goodall transformó la ciencia cuidando. Campoamor transformó el derecho cuidando la dignidad de quienes no eran escuchadas.
El legado de Campoamor y Goodall no es solo memoria: es responsabilidad. Mi sueño tiene continuidad.

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