Los protocolos contra el acoso sexual en empresas no son un trámite: son la base para garantizar seguridad, dignidad y libertad. Los escándalos de acoso sexual en partidos políticos españoles han destapado una herida profunda: la incapacidad de algunas organizaciones para proteger a las mujeres. No son solo denuncias ignoradas, es una gestión sistemática que invisibiliza y desprotege a las víctimas. No hablamos de casos aislados, sino de un patrón: denuncias sin instruir y víctimas a las que se da la espalda. El problema no es solo ignorar denuncias, sino bloquear procesos y restar importancia al daño sufrido.
Protocolos contra el acoso sexual en empresas: obligaciones legales
En el papel, los protocolos contra el acoso sexual y por razón de sexo parecen claros. La Ley Orgánica 3/2007 de Igualdad y la Ley Orgánica 10/2022, de garantía integral de la libertad sexual, obligan a todas las empresas y organizaciones a contar con mecanismos de prevención y actuación. Estos protocolos deben garantizar:
- Prevención activa: información, sensibilización y formación para toda la plantilla.
- Canales de denuncia seguros y confidenciales.
- Procedimientos claros de investigación con medidas cautelares inmediatas.
- Protección integral de la víctima y garantías de confidencialidad para todas las partes.
- Sanciones disciplinarias cuando se confirma la conducta.
- Seguimiento y evaluación para que el protocolo no quede en papel mojado.
Pero la realidad es otra. Al instruir una denuncia, todo se enturbia: acosadores niegan, víctimas callan y testigos guardan silencio. Y lo más grave: procesos bloqueados, denuncias archivadas sin investigar y gestiones que buscan invisibilizar el dolor sufrido.

Ser víctima de acoso sexual significa sentirse:
- Humillada y desvalorizada, porque tu dignidad se ve atacada.
- Insegura y vulnerable, incluso en espacios que deberían ser seguros como el trabajo.
- Sola y desprotegida, cuando las denuncias no se atienden o se minimizan.
- Silenciada, porque el miedo a represalias pesa más que la confianza en el sistema.
- Estigmatizada, cuando se cuestiona tu palabra o se expone tu caso sin respeto a la confidencialidad.
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Por eso, la confidencialidad y el deber de sigilo no son un detalle menor: son la base de cualquier proceso riguroso. En demasiados casos recientes se ha obviado esta obligación, exponiendo públicamente a las personas implicadas y dejando a las víctimas aún más vulnerables.
La experiencia desde la igualdad
Quienes trabajamos en igualdad entre mujeres y hombres lo vemos continuamente: mujeres que no denuncian por miedo, o porque sienten que no serán escuchadas. El problema es que el silencio se acumula, la bola se hace más grande y el daño se multiplica. Cuando finalmente se denuncia, el sistema ya ha fallado en lo más importante: proteger desde el primer momento.
Y muy doloroso es que, en algunos de estos casos, han sido mujeres quienes han defendido públicamente a los presuntos acosadores. Han restado credibilidad a las denunciantes y reforzado la idea de que el acoso puede ser minimizado o relativizado. Estas respuestas perpetúan la impunidad y envían a las víctimas un mensaje de incomprensión y falta de apoyo.
Feminismo de quita y pon y paternalismo
Las declaraciones de unos partidos y otros no han mostrado profundidad ni transversalidad del feminismo, sino justo lo contrario: un escenario superficial, de quita y pon, donde el discurso de igualdad se utiliza según convenga y se retira cuando incomoda.
Más indignante aún es escuchar el mensaje paternalista de algunos hombres, defendiendo a “las pobres mujeres” como si fueran incapaces de sostener su propia voz. Ese paternalismo no protege: infantiliza, silencia y perpetúa la desigualdad. La mayor desigualdad sigue siendo la que afecta a la seguridad de las mujeres. Sin seguridad no hay libertad, ni igualdad.
De igualdad entre mujeres y hombres, feminismo y acoso sexual todo el mundo habla y “sabe”. Está bien tener opinión, faltaría más. Pero igual que se opina sobre la tensión arterial, solo por profesionales se diagnosticará si está alta, baja o compensada, aquí también hace falta conocimiento, rigor, seriedad y perspectiva de género.
Los protocolos son obligatorios, sí, pero sobre todo son instrumentos de prevención y protección. Y solo sirven si quienes los gestionan entienden que detrás de cada denuncia hay una vida marcada por el acoso, que merece ser escuchada, protegida y reparada. Lo que hemos visto en los últimos meses demuestra que no basta con legislar: hace falta voluntad organizativa, compromiso real y valentía social para que las palabras se conviertan en protección efectiva.
Y, no podía dejar de trasladar mi opinión sobre un tema tan importante. Trabajamos cada día acompañando a empresas y organizaciones para que los protocolos se apliquen con rigurosidad, empatía y compromiso real. Porque no son un trámite ni una obligación formal: son la diferencia entre la impunidad y la protección, entre el silencio y la dignidad de las mujeres.
Ahora nos/me toca dar respuesta a las empresas sobre estas situaciones. Porque lo que se ha trasladado públicamente es que el acoso sexual y la igualdad forman parte de una batalla política entre partidos, y no de lo que realmente significan desde el punto de vista social: la seguridad, la dignidad y la libertad de las mujeres. La próxima semana me enfrentaré a una formación con parte de la plantilla de una organización, donde estos incidentes seguro serán centro de interés. Y allí tendré que desplegar todas mis competencias y experiencia, desde la calma y la empatía, para desmontar las malas prácticas y sensibilizar sobre las ventajas de una buena intervención frente al acoso. Porque solo con conocimiento, rigor y compromiso podemos transformar los protocolos en herramientas vivas que protejan de verdad.
La sensibilización y formación en igualdad son la clave para transformar los protocolos en herramientas vivas de protección.
